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PASO CELESTE DE TABERNAS

Semana Santa 2017

AYUNTAMIENTO DE TABERNAS CON NUESTRAS TRADICIONES

AYUNTAMIENTO DE TABERNAS CON NUESTRAS TRADICIONES

Por medio de estas líneas queremos agradecerl en nombre de la Junta de Gobierno y todos los miembros de esta Cofradía la disposición, buen hacer y colaboración de esta Institución para con nosotros en cada una de nuestras actividades, cultos y salidas procesiones. El trabajar juntos por un interés común dan como fruto el engrandecimiento de las tradiciones de nuestro querido pueblo de Tabernas.

CARTEL ANUNCIADOR PASO CELESTE SEMANA SANTA 2017

CARTEL ANUNCIADOR PASO CELESTE SEMANA SANTA 2017

Fotografía: Sergio Lucas López


"¡Que la Santísima Virgen os lo premie!"


Bajo este título presentamos con gozo el Cartel Anunciador del Paso Celeste para la Semana Santa de Tabernas en este año del Señor de 2017.

Una magnifica fotografía de Sergio Lucas López será la encargada de pregonar nuestra Cofradía en este año. Desde aquí agradecer su colaboración desinteresada en cada momento para con nosotros.

 

 

 

DESCARGA EL CARTEL ORIGINAL AQUI

 

 

 

 

 


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO 2017

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO 2017

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

1. El otro es un don

La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.

La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

2. El pecado nos ciega

La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado. Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).

El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.

La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).

El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación.

Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

3. La Palabra es un don

El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática. El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).

También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios. Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.

El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.

La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).

De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.

Vaticano, 18 de octubre de 2016

Fiesta de san Lucas Evangelista

Francisco

CARTA DE NUESTRO OBISPO 2017

CARTA DE NUESTRO OBISPO 2017

Cuaresma para llegar a la Pascua.

Carta a los cofrades y a todos los diocesanos.

Queridos cofrades y diocesanos todos:

Comenzamos la Cuaresma y comienza la carrera de las hermandades y cofradías hacia la meta anhelada de la Semana Santa. Han encendido motores y todo está en marcha: la ayuda de la subvención necesaria, los donativos de cofrades y fieles, el repaso de los enseres, las túnicas bien guardadas durante el año, y las mejoras deseadas y programadas de los tronos; todo cuanto se requiere para lograr el deseado esplendor de las imágenes titulares. Con este movimiento, ultimando los programas de novenas y quinarios, triduos y pregones al uso, a veces queda poco espacio para la experiencia de gracia y salvación que la liturgia de la Iglesia encauza y hace posible gracias al encuentro con Cristo nuestro salvador que los sacramentos ofrecen a la congregación de los fieles que celebran los misterios; es decir, los acontecimientos de nuestra salvación que se hacen presentes con su eficacia redentora y de santificación en la celebración de los sacramentos.
Conviene, por esto mismo, queridos cofrades y diocesanos todos, que nos paremos a pensar en cuál es la disposición con la que nos aproximamos a la celebración del Triduo pascual, corazón de la Semana Santa. Para que las celebraciones centrales del año litúrgico tengan una preparación fructuosa, la Iglesia quiere que vivamos la Cuaresma con aquella disposición de ánimo sin la cual la Semana Santa pasaría dejándonos donde estábamos, es decir, sin conversión de la mente y del corazón a Dios, sin recepción eficaz de la gracia redentora y santificadora de la penitencia sacramental y la celebración eucarística que la Iglesia quiere que vivamos estos días con especial hondura y no sin consecuencias para nuestra vida cristiana.
El Santo Padre viene previniéndonos a todos de lo pernicioso que es el chismorreo continuado al que tantos parece que se han entregado con fruición. ¿Cómo van a convertirse? ¿No podríamos aprovechar la Cuaresma para examinar nuestro proceder y, si nuestra religiosidad es sincera y no sólo exterior, poner de nuestra parte cuanto requiere una conversión a Dios y a Cristo que transforme nuestra vida? Comencemos bien la Cuaresma, que nos llevará a la Semana Santa. ¿Hemos tomado la ceniza? Pensemos en lo que significa este rito de larga y honda tradición cristiana. Cuando el sacerdote impone la ceniza exhorta al penitente que se acerca a recibirla con estas dos invitaciones: «Conviértete y cree en el Evangelio», o bien «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás».
Tal vez el espíritu pagano del carnaval, en el que algunos piensan que todo está permitido y se puede calificar de mera broma lo que es en realidad descalificación, falta de respeto a las más arraigadas convicciones religiosas de millones de ciudadanos y, sobre todo, frivolidad a veces rayana en la necedad, exponente de cuánto abunda la ignorancia religiosa, la mala educación y el mal gusto.
La Cuaresma es un tiempo de los llamados “fuertes”, porque dispone, mediante la penitencia, la oración y la limosna, al ejercicio de purificación y transformación de vida para celebrar la Pascua del Señor, vivir el Triduo pascual con intensa piedad y sincera voluntad de cambio y regeneración. Bien sabéis que este tiempo santo toma su configuración simbólica de los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto para ser tentado, puesto a prueba por el demonio para salir victorioso de la tentación, con su victoria alentarnos a nosotros en el combate cristiano, para superar las muchas tentaciones que nos salen al encuentro en la vida, con el riesgo de que sucumbamos a ellas y nos alejemos de Dios.
A su vez, la cuarentena de Jesús tiene su precedente bíblico en los «cuarenta días con sus cuarenta noches» que, en razón de la alianza que Dios quiso establecer con su pueblo, permaneció Moisés en la nube del monte Horeb, a donde había sido llamado por Dios para entregarle las tablas de la ley (Ex 24,18; Dt 9,9). También el profeta Elías empleó cuarenta días con sus noches camino del mismo monte de Dios, el Horeb (1 Re 19,8). Abarcando estas experiencias de los elegidos de Dios, los israelitas permanecieron cuarenta años en el desierto, donde el pueblo elegido fue tentado y muchos sucumbieron sin entrar en la tierra prometida, meta de la peregrinación.
La cuarentena es así un tiempo de preparación para la experiencia liberadora de Dios y la entrada en la tierra prometida. Así, pues, en el caso de la Cuaresma cristiana, hemos comenzado a recorrer un tiempo de preparación para la celebración de la Pascua, entrada de Cristo en el descanso de su gloria, hacia el cual también nosotros mismos caminamos, la nueva tierra prometida que es la salvación y el reino de Dios consumado, como nos instruye el autor de la carta a los Hebreos, recordándonos la advertencia del salmista: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones» (Hb 4,7; Sal 95,7s).
Si queremos celebrar bien la Semana Santa, hemos de pararnos a examinar la propia vida, y preguntarnos si es grata a los ojos de Dios, porque cumplimos los mandamientos, o si tal vez estamos alejados de Dios, porque nuestras obras no son las obras de la fe. Hemos de someter nuestra vida a un sincero contraste con la Palabra de Dios, para ver si, a pesar de nuestros muchos actos religiosos, vivimos sin ser movidos por el amor de Dios y nuestra esperanza está puesta en cosas de este mundo y el gusto propio, incluso religioso, y el interés propio es lo que de verdad nos importa.
La Cuaresma es un tiempo ascético, exigente con nosotros mismos, y por esto mismo es un tiempo penitencial que nos ayuda al arrepentimiento sincero de nuestros pecados; y a poner por obra el propósito del cambio que Dios nos pide. Es un tiempo sacramental, en el cual los catecúmenos adultos se preparan para recibir los tres sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y Eucaristía en la vigilia pascual del Sábado Santo y en las primeras semanas pascuales. Con razón durante los domingos de Pascua los niños y adolescentes se disponen a alcanzar la meta deseada de los años de catequesis y, ayudados por sus padres y padrinos, recibirán la primera Comunión y la Confirmación, y por medio de estos sacramentos les llegará la gracia que los hace partícipes de la vida de Dios, en la íntima comunión con Jesús; y el Espíritu Santo los marca y sella para que lleguen a ser testigos de la fe en la Iglesia y en el mundo.
Si tal es la meta de la Cuaresma, tenemos razón de más para que los bautizados de infantes nos dispongamos a retomar los propósitos bautismales y enderezar la vida cumpliendo los mandamientos. Recorramos este camino hacia la vida que es el camino cuaresmal y llegaremos a la Pascua con el gozo de habernos purificado.

Con mi afecto y bendición.

Almería, 2 de marzo de 2017
Miércoles de Ceniza
​​​​X Adolfo González Montes
​​​​Obispo de Almería

VIA CRUCIS CUARESMAL

VIA CRUCIS CUARESMAL

Vivamos intensamente los viernes de la Santa Cuaresma participando en el VIACRUCIS claustral en la Iglesia Parroquial de la Encarnación al finalizar la Santa Misa.

TIEMPO DE CUARESMA, TIEMPO DE CONVERSIÓN.

TIEMPO DE CUARESMA, TIEMPO DE CONVERSIÓN.